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Un gran temor…(opinión)

TP/José Antonio Luna Alarcón

 

Viernes 16 de agosto del año 2019.-Por estar lastimado de un músculo en la pantorrilla, Eduardo Gallo renunció a continuar con los intentos de estoquear al bicho. Al segundo aviso dejó los trastos, y abandonó el ruedo dejando al toro con varios pinchazos. Ahí, vino una complicación, la autoridad en vez de tolerar que el par de minutos transcurriera y que sonara el tercer aviso con el fin de que el toro se fuera vivo, le dio indicaciones al segundo espada, Octavio García El Payo, para que lo matara y pinchazo tras pinchazo con el estoque largo y con el de descabellar, el toro quedó como coladera, pero sin caer. Tres avisos más dos previos, la plaza hirviendo y al Payo, tan furibundo que se le asaban chiles en la espalda. Héctor Gabriel fue el tercer alternante y la corrida mansurrona, débil y sosa, de Begoña fue lidiada en Teziutlán.

Una persona que estaba junto a mí en el burladero de contrabarrera, me soltó: “Cuando veo esto, pienso que los antitaurinos tienen razón”. Lo entiendo, la ineptitud, el abuso en las fallas con el estoque y el que no haya un límite en la cantidad de intentos para tirarse a matar o descabellar, hacen que así, el toreo sea algo grotesco y tremendamente cruel. Sin embargo, no es que los antis tengan razón, porque ellos piensan que los aficionados nos regodeamos en el sadismo, que disfrutamos con la sangre que mana de los morrillos. Sin embargo, lo que en la plaza estaba pasando, era exactamente lo contrario: la indignación general tomó partido a favor del toro y con pañuelos blancos, gritos y silbidos, se pedía que se suspendieran las agresiones al cornúpeta.

Cómo la vida no está llena de casualidades, sino de causalidades, el miércoles, a mi cubículo universitario entró un profesor con la intención de comentar cualquier cosa. Tomó una fotografía, un natural precioso que aprecio más, porque el torero retratado es mi hijo, y espetó sin que nadie le preguntara: “No estoy de acuerdo en nada con el sadismo del toreo. Ese sí es un tema que no soporto, torturar a los animales se me hace nefasto”. Con poco ánimo por experiencias pasadas, le contesté que le faltaba información y que no sabía de lo que hablaba. “Ni me interesa”, dijo tajante. No pretendía yo, desde luego, hablarle del toro como animal mítico y sacrificial, ni de los múltiples simbolismos que tiene una corrida, ni contarle la historia del toreo de Curro Guillén a Pablo Aguado, ni menos de la actitud heroica que asume un muchacho herido en la arena, con el traje de luces rasgado, sin dar muestras de lo que le está doliendo y permanecer en el ruedo hasta cumplir totalmente con su deber. No. Simplemente, quería decirle que primero investigara sobre el tema y que luego, hablara, porque en el asunto de la afición a los toros no caben palabras como sadismo ni tortura. Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra sadismo significa: “Crueldad refinada con placer de quien la ejecuta” y tortura la define como: “Grave dolor físico o psicológico infligido a alguien con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo”. Ninguna de las dos son acertadas en el mundo de los buenos aficionados que velan porque al toro se le trate con lealtad y sólo se le haga el daño estrictamente necesario.

Me asombra y encabrita la intransigencia y el fanatismo, los antis están dispuestos a morir y matar por ellas. En las puertas de las plazas, los he visto y oído insultar, escupir y atacar a los aficionados que pasan cuando ellos hacen valla. Creo que lo que tienen es un gran temor, el de saber que hablando se entiende la gente y ellos, precisamente, no quieren entender.

 

La Lotería de la vida…(opinión)

TP/José Antonio Luna Alarcón

Viernes 9 de agosto del  2019.-Es caprichoso el azar, esa misteriosa lotería de la vida que elige a uno para darle el premio mayor, incluidos París, champaña y una guapa de las que quitan el hipo, y a otro, le atiza un cáncer que te mueres de la risa. El azar escoge y desprecia, pero no hay forma de zafarse cuando del bombo sale tu bolita, para bien o para mal, y la cosa es que siempre sale. No sólo es caprichoso, además, le gusta gastar bromas, a veces, muy pesadas.

La frase con la que empecé el texto, no es mía. Es el título de una canción compuesta por Joan Manuel Serrat y que su mejor versión es la que canta junto con Ajinoam Nini, conocida como Noa: “No te busqué / ni me viniste a buscar / tú estabas donde / no tenías que estar / y yo pasé / pasé sin querer pasar…” Sí, es muy caprichoso el azar. Por eso, tal vez, la palabra sacramental del toreo sea la expresión de ¡suerte! que se dice a los toreros. A su vez, los lances, pases, puyazos, pares de banderillas y estocadas, se llaman suertes, porque sumada a la técnica y a la ejecución correcta de cada acción torera, se requiere de buena fortuna para concluirla de la mejor manera y con el pellejo sin rasgaduras. Para que sea el acaso el que decida, las mañanas de corrida, también se sortean los toros.

Miren ustedes lo que es el azar: El veintidós de mayo Roca Rey toreaba una corrida de Parladé. Su primero fue devuelto y a cambio, salió un toro del señor conde de Mayalde. Al inicio de la lidia, el diestro fue prendido en el embroque de la primera gaonera, recibiendo tremendo arropón en dos partes, primero, le quitó violentamente los pies del suelo, y después, ya derribado, le volvió a arreglar su asunto, fueron dos golpazos contra la arena, que los sismógrafos registraron trepidaciones de muchos grados. Aparentemente, la cogida era sin consecuencias, una cornada de seis centímetros de profundidad en el muslo y muchos golpes. Algo barato tras las tremendas volteretas, cosa que olvidamos en cuanto cortó las dos orejas y se fue a hombros, tarde de magnífica suerte.

Pero, a los pocos días, el azar empezó a manifestarse con un dolor de espalda. Corrida tras corrida, sin saber el diestro que tenía la columna vertebral como marimba, Roca Rey se sentía peor, hasta que llegó a torear infiltrado y luego, perdió toda la fuerza en el brazo derecho. Resultado: interrupción de la temporada,  “¡bip, bip!”, encendido de las alarmas de emergencia de las empresas que lo tenían firmado en diecisiete  contratos para el mes de agosto. Es posible que se quede sin torear también en septiembre. Viaje a una clínica de Nueva York, revisión médica muy concienzuda, diagnóstico: que el azar caprichoso le hizo un chistorete, un par de vértebras le están oprimiendo un nervio y adiós a lo mejor del verano.

Mientras tanto, Cayetano Rivera Ordoñez no se imaginaba que él iba a ser el sustituto de Roca Rey. No se pregunten por qué, sólo recordemos que el azar es caprichoso, ni el hijo de Paquirri sabe el motivo por que le tocó el premio mayor de la lotería: dinero, carteles de lujo, encierros noblotes y actuaciones en las ferias más importantes de España. Atragantón de toreo.

Es verdad, que la buena fortuna le ha sonreído toda su vida. Cayetano, por su condición familiar privilegiada, no tuvo que pasar las de Caín como la mayoría de los novilleros, la vida le ha sonreído en pasarelas y ruedos, verdes son tus ojos. Esa buena suerte, no quiere decir que no sea buen torero, lo es, farruco, artista y muy valiente, su actuación en Pamplona fue de primera. Sin embargo, encajado hasta la montera en el sino de la buena ventura, el primer sorprendido habrá sido él mismo.

Por su parte, mientras la vida besa en la boca a Cayetano, se quedan con las ganas de un guiño en las espadas, entre otros, Paco Ureña, Curro Díaz y Diego Urdiales, toreros que han estado en la guerra dejando mucha sangre en la arena y la coqueta ingrata no les toca los labios. ¿Por qué no Pablo Aguado?, se pregunta el que firma éste texto. No le doy vueltas, la respuesta es muy simple: porque es caprichoso el azar.

 

 

Así de Triste…(opinión)

 

TP/José Antonio Luna Alarcón

Viernes 3 de mayo 2019.-Un lector de los asiduos, inquirió por mi recelo taurino: mi disgusto por las ganaderías blandonas, el escepticismo respecto a las figuras del toreo mundial, la falta de fe en el futuro de la fiesta mexicana, el desprecio por los públicos tolerantes, que corean largos oles a lances y pases insulsos pegados a utreros afeitados.

Siempre afirmé, porque soy un convencido y además, me dedico a ello, que el conocimiento, la cultura y el pensamiento crítico, son los martillos para romper las cadenas de la estupidez, la manipulación  y la mediocridad. Que ni contando con un reglamento y una autoridad decente -la decencia casi siempre es obstaculizada por los niveles superiores-, por más apego a la ley, nunca hay verdad en el ruedo sin una afición culta y exigente. Desprotegidos de conocimientos y apabullados por el conformismo, los espectadores se convierten en una manada borreguil que en vez de balar, grita ole y aplaude cuando el diestro arrima los muslos a los despojos de pitones.

Leyendo Toreo clásico contemporáneo, antología de artículos escritos por mi amigo José Campos Cañizares, me encuentro con unas verdaderas joyas. Entre textos muy bien escritos y por demás interesantes, el libro contiene un trabajo llamado “De intrahistoria y filosofías taurinas”, en él comenta la obra Metafísica taurina, escrita por Cecilio Muñoz Fillol, un intelectual que estudió Filosofía y Letras, además de Veterinaria, buena combinación para entender la tauromaquia a fondo, y que largó fuerte contra los fraudes que en su tiempo afligían a la fiesta de toros y que hoy, se han agravado.

El tratado fue escrito en 1950. Luego, fue editado de manera póstuma en el año 2009. En su estudio, el profesor Muñoz sostiene que la fiesta sufre, entre otras cosas: “La industrialización más descarada y la comercialización más abyecta […]” (Cfr. Campos, 90) Lo que nos señala Pepe Campos es que el filósofo se duele herido y avergonzado de las trampas.

El que esto firma ha visto a banderilleros, mozos de espadas y taurinos de cuarta, brincar como simios encima de los cajones en que transportan los toros, ponerles una soga en los pitones y colgarlos con la garrucha. El toro con las manos sin tocar piso, se queda quieto y así, es muy fácil cortar las puntas. Lo hacen con el afán de que su  matador consiga lo que Pepe Campos llama “estéticas superfluas”. Por eso, me conmueve tanto lo que leo en el contenido. Esta vez, cito a Antonio Díaz-Cañabate relatando el desarrollo: “La última vez que vi un afeitado me situé frente a los ojos del infeliz torturado. Estaban sanguinolentos. Terrible su mirada. Patética también. Mezcla de ira y tristeza. De pronto los cerró. En aquel momento el barbero mutilaba su pitón derecho. Cuando nuevamente se abrieron, parecía que una neblina los velaba. En los ojos de los toros, ¿pueden nacer lágrimas? No. Sin embargo, aquel lloraba. Estoy seguro. Se quedó quieto. Se oía un chirrido desagradable. Era la lima, que actuaba para disimular la mutilación.” (Cfr. Campos, 92) Si algunas tardes percibo pasmado la grandeza del toreo, otras, la mayoría, salgo de la plaza indignado por la vileza con la que se trata al toro.

Pepe Campos es un hombre de letras muy bien documentado. En la nota a pie de página, también cita a Gregorio Corrochano en Teoría de las corridas de toros: “El que torea toros con los cuernos cortados no es un torero, aunque se vista de torero, aunque toree muy bien, aunque haga muchas monerías con el toro “afeitado”; también la mona se vistió de seda y no pasó de mona.” (Cfr. Campos, 92)

Después de leer a mi amigo, con mayor firmeza reitero a ese buen lector que me cuestiona: Sostengo lo dicho y continuo en la misma línea: Sí, mi recelo y mi desencanto son crónicos y se agudizan. Es que estoy seguro de que, cada vez que un matador manda dar serrucho a los pitones –y lo ordena casi siempre- lo que realmente está mutilando, es mi moral. Si soy consecuente, me convierto en su cómplice y en un integrante más de la pandilla. Así de vergonzoso, así de triste.

 

La alrevesada actualidad…(opinión)

 

TP/José Antonio Luna Alarcón

Domingo 31 marzo.-En el mundo del toreo pasa lo mismo.  Veíamos en clase una parte de la película Apocalypto, que dirigió Mel Gibson. Por si no la han visto, trata de un enfrentamiento entre tribus indígenas de la Centroamérica precortesiana. La cinta incluye una buena dosis de flechazos, lanzazos, degüellos y sacrificios humanos, sangre y crueldad en dosis abundante, sin que ninguno de los estudiantes se conmoviera ni dijera nada. Eso, hasta la escena en que el protagonista huyendo de sus contrarios en medio del bosque tropical, escapa a toda carrera de un jaguar con el que por mala suerte se ha topado, cuando uno de sus enemigos que lo persiguen, por la ambición de alcanzarlo, no se percata de que la fiera tiene las mismas intenciones y se pone entre los dos. Desde luego, la jaguar -era una hembra criando un cachorro- se está aplicando en hacer añicos al guerrero atrapado, cuando llegan los compañeros de éste y la matan con sus lanzas. Entonces, sí que hubo comentarios, ¡pobrecita!, ¡no se vale!, ¡qué poca…! se escuchó sobresalir por encima del murmullo de lamentos estudiantiles.

Tiene huevos, pensé -aunque no lo dije, un profesor tiene prohibidas ciertas expresiones por más que le bailen en la punta de la lengua-, lo que sí reproché fue lo siguiente: En la pantalla han visto morir a muchos guerreros y no dijeron nada, pero con lo de la jaguar, hubo conmoción sentimental.

En la alrevesada actualidad, pasa lo mismo con lo que suscita la tauromaquia. La gente se lamenta del maltrato animal, pero no de que un toro le quite los pies del suelo a un torero clavando en su muslo treinta centímetros de cuerno.  Por razones así, sugiero que es tiempo de modernizar las reglas del toreo y hay que hacerlo pronto. Cosas como las que plantean el veterinario Julio Fernández Sanz y el biólogo Fernando Gil Cabrera, en su texto “¿Cómo adecuaría la lidia al siglo XXI?”, galardonado con el premio Doctor Zumel.

Los dos científicos proponen treinta y una medidas que modifican tanto la lidia, como algunos avíos y la manera de premiar las faenas. Por ejemplo, ellos optan por modificar la puya a una de cuatro aristas, que apenas provoca una muy leve sangría. Al defender su planteamiento, sostienen que lo de sangrar a los toros para restarles poder, es un mito y defienden que lo que desgasta al cornúpeta en la suerte de varas, es empujar al caballo. También, proponen un estoque más ancho, con la punta redondeada y con el filo extendido un poco más de lo que llevan los actuales. Así, la agonía del toro sería muy breve y se evita el espectáculo ofensor para muchos, incluidos los buenos aficionados, de un toro que no dobla porque está muy herido, pero no lo suficiente para desplomarse pronto.

Nos hemos vuelto sensibleros y ya no toleramos que la gallina o el cerdo que vamos a comer, se mate en el patio trasero. Veladamente creemos que pechugas y filetes se elaboran en fábricas asépticas. En nuestro tiempo, la sangre, la muerte y el sufrimiento son cosas de muy mal gusto. Los autores del texto premiado afirman que, en proporción, un toro muy picado de manera tradicional, pierde menos sangre que la que se  extrae a un ser humano cuando hace una donación. Sin embargo, la gente posmoderna compasiva con los animales hasta el colmo, se alarma, lo lamenta y se encrespa: “La tortura no es arte ni cultura”.

Está bien modernizar a la fiesta y que se adapte a los tiempos que corren. Si yo fuera toro, preferiría morir en el ruedo que en los sórdidos y malolientes pasillos de un rastro, pero hay tardes, de pinchazos, descabellos y la madre que los parió, que la sangre quema, no la del animal herido, sino la que le corre a uno por las venas.

Las huellas que dejaron otros …(opinión)

 

TP/José Antonio Luna Alarcón

Viernes 22 de marzo de 2019.-Además de algunos versos, son cuatro párrafos diseminados entre toda su obra en prosa, los que tocan el ámbito de los toros. Muy pocos, pero iridiscentes como un cuarteto de diamantes, cristalinos, hechiceros, pesados y muy valiosos.

Hubo una época en la vida de Octavio Paz que le gustaba ir a los toros. De hecho, hay una anécdota que cuentan sus biógrafos cuando Silverio Pérez visitó la redacción de la revista “Así” y ese día, en una charla con El Faraón, Paz se ofreció a escribir las crónicas de una temporada.

Encontré las menciones investigando para mi tesis doctoral en Letras Modernas, que trata sobre la narrativa y los toros. Con el gusto que debe sentir el que encuentra un tesoro, copié las citas que aquí transcribo.

La primera, aparece en Saludo a Rafael Alberti. Paz cuenta que vio torear a Ignacio Sánchez Mejías una tarde en Puebla de los Ángeles, mi ciudad, cuando esta era taurina e influía en las carreras de los toreros. Era tan importante, que para triunfar en México, había que hacerlo primero en la ciudad angélica. Está en la sección “¿Águila o sol?” del poema VIII en el libro Trabajos del poeta. Habla de un desvelo o tal vez, de una pesadilla en el sopor de la duermevela, el poeta describe angustias y melancolías. El insomne se convierte en un toro que no logra hacer daño a la quimera de un Don Tancredo inmóvil ante las angustias de una noche de inquietud, cuando los otros duermen y las soledades y los monstruos interiores crecen y se vuelven gigantescos. A su vez, en el sueño, el público recrimina a pitos las fallidas embestidas. Miren ustedes y recréense en la suerte, que esta es una larga torera de muchos quilates:

“Soy una plaza donde embisto capas ilusorias que me tienden toreros enlutados. Don Tancredo se yergue en el centro, relámpago de yeso. Lo ataco y cuando estoy a punto de derribarlo siempre hay alguien que llega al quite. Embisto de nuevo, bajo la rechifla de labios inmensos, que ocupan todos los tendidos. Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable.”

Un párrafo en el que, al mismo tiempo, el narrador es el toro y el torero. Los dos impotentes y cargados de frustración. Hay que chanelar de toros y de melancolía para escribir renglones así.

Octavio Paz, hombre sensible como el que más, también sabía de la tremenda soledad que hay en ese punto inaccesible para todos, menos para los toreros, el de la lejanía de los medios cuando un toro campa por el ruedo. Lo escribe en “Picasso: el cuerpo a cuerpo con la pintura”, está comparando la relación “ambigua y excéntrica” con el público entre el torero, el cirquero y el pintor:

“En el centro de la plaza, rodeado por las miradas de miles de espectadores, el torero es la imagen de la soledad; por eso, en el momento decisivo, el matador dice a su cuadrilla la frase sacramental: ¡Dejarme solo! Solo frente al toro y solo frente al público.”

Paz entendía que el toreo es un rito festivo que linda con las fronteras de la muerte: “En el toreo el peligro alcanza la dignidad de la forma y ésta la veracidad de la muerte. El torero se encierra en una forma que se abre hacia el riesgo de morir.” La cita es del libro La búsqueda del comienzo (escritos sobre el surrealismo).

Liturgia, sangre, muerte, sacramento y letras. Luego, Paz olvidó su afición. Dolorosa cornada para los que amamos versos y verónicas Los comentarios de un colega francés, más el tiempo que pasó en la India, lo alejaron de la plaza para siempre. O tal vez, como les ha sucedido a muchos, simplemente se desencantó y no volvió jamás. Lo bueno que tiene la literatura es que uno puede seguir las huellas que dejaron otros y en el camino, encontrar las cosas tan valiosas que a su paso, por ahí dejaron.

 

Es caprichoso el azar…( opinión)

TP/José Antonio Luna Alarcón

Viernes 8 de marzo 2019.-Por si alguien no lo sabe, bombo es el recipiente de alambre de metal que contiene canicas pintadas con números, letras o nombres y que se utiliza para realizar sorteos con toda limpieza y –por lo menos en teoría- en la selección de dichas canicas sólo interviene el azar. En otros casos, son esferas que en su interior contienen un papel con la información que se juega.

El bombo de San Isidro ha servido a la empresa Plaza 1 para sortear las ganaderías entre los toreros que se apuntaron para participar, abriendo un abanico de posibilidades que no se había visto. Cada vez que una pelotita cayó en la canastilla de salida se asoció a una vacada con un torero que ya es cabeza para conformar el cartel.

Los resultados fueron:

Jandilla, Vega Hermosa – Sebastián Castella, nada, cartel interesante.

Puerto de San Lorenzo, La Ventana del Puerto – Antonio Ferrera. A este diestro, como decimos en México, le hizo justicia la Revolución.

Adolfo Martín – Roca Rey. Plato fuerte, por primera vez vamos a ver a este torero con una ganadería de las que ponen a prueba técnica, sapiencia y el valor, características que sabemos, las tiene.

Garcigrande, Domingo Hernández – Álvaro Lorenzo. Afortunado el muchacho.

Juan Pedro Domecq – Enrique Ponce. En esta combinación se puede aplicar lo que ha dicho Simón Casas: “¡La suerte es inteligente y hace guiñada de ojo!”. Pero este guiño inquieta y tan buena suerte hace nacer la sospecha. Sin dejar de pensar en Joan Manuel Serrat y Noa, afirmo que es caprichoso el azar.

Alcurrucén – Paco Ureña. Era justo y necesario.

Alcurrucén  – Diego Urdiales. La tarde valdrá mucho la pena.

Montalvo – Ginés Marín. Sin comentarios.

Fuente Ymbro – Miguel Ángel Perera. No ilusiona, tiempo al tiempo.

Parladé – López Simón. Le cayeron los bravos del marqués.

La idea del bombo es muy buena y ha roto con lo establecido, pero falta afinarla. Son demasiados de dulce y muy pocos de chile. Para que la cosa se pusiera al rojo vivo con  los participantes jugándose la feria a cara o cruz, hace falta ponerle sabor al caldo y lo picante está, por nombrar algunas, en Miura, Victorino, José Escolar, Dolores Aguirre y los adolfos. Cinco y cinco, y entonces sí, los toreros que se apuntasen se ganarían el reconocimiento de los escépticos. Simón Casas ha asegurado que quiere romper con lo predecible, pero… es que la mayoría de las combinaciones del bombo, son más que predecibles.

Con un sorteo equilibrado en la parte de las casas ganaderas, se verían actuaciones muy interesantes, aunque siempre habrá pretextos como lo del contraestilo y lo de la garantía de calidad que afirman los apoderados, deben ofrecer sus poderdantes. Sin embargo, para llamar maestro a alguien, el aludido debe ser capaz de lidiar con solvencia y arte lo que salga del toril, sin importar el encaste.

Si los carteles van a ser redondeados por la empresa, habrá lugar para lo de siempre. No obstante, creo que lo más valioso no es lo que pasó en la lotería, sino asuntos como por ejemplo, el gesto de Emilio de Justo que va tres tardes: la de los victorinos, otra con la de Baltazar Ibán y, además, una del bombo, que no sé por qué me late, no será la de los juanpedros y sí la de don Adolfo, pero esta es una suposición del malpensado escritor que firma este artículo. También, quedan los gestos de los toreros de entrega que le van a salir a las duras y que además, lo harán con la dignidad de un general espartano.

Al final, me quedo con la declaración de Adolfo Martín publicada en el diario digital El Mundo y que hizo en la entrega del premio Paquiro. Al cuestionamiento de que si Roca Rey le había preguntado por la corrida, contestó: “Sinceramente, no hablamos mucho. Pero le digo una cosa: prefería que me hubiera tocado Urdiales o Ferrera. La presión y la responsabilidad es menor a pesar de la que siempre hay en Madrid. Ya llevo en esto toda la vida y me conozco a los clásicos cuando mis toros salten al ruedo: que si no eran esos, que eran otros. En fin, que esto es muy difícil.”. Sí, de verdad, muy sincero y además, valiente. ¡La declaración es enorme!.

 

El fin de una pasión…(opinión )

TP/José Antonio Luna Alarcón

Viernes 22 Febrero 2019.-En nuestro tiempo, la muerte es más molesta que dolorosa. El que sufre incomoda a los demás, porque se sale del contexto contemporáneo al obligarnos a replantear nuestra relación con lo efímero de la vida. Es que hoy, sufrir no forma parte del currículo de un ser humano exitoso. Los que se mueren son unos perdedores. No quiero decir con esto que ser exitoso sea malo, el problema está en que ya no somos tolerantes con el fracaso ni con los desencuentros, la tristeza y la muerte.

En las corridas de toros la muerte tiene un escenario. A ellas se va en busca de la emocionante belleza que provocan los conjuntos estéticos realizados entre un animal fiero y el hombre. Pero, el que asiste con una intención un poco más profunda que beber cerveza, sabe que a los toros también se va a sufrir, que, de algún modo u otro, sentirá tristeza por ese animal hermoso que debe morir. De igual forma, se sufre porque ahí se tiene consciencia de la posibilidad siempre inmediata de que el hombre o la mujer -seré políticamente correcto-, en el esplendor de su vida que es exaltada aún más gracias a la magnificencia que da el vestido de oro, si las cosas salen mal, quedará desmadejado, chorreando sangre y haciendo muecas de dolor en brazos de sus compañeros. Incluso, también se sufre en las faenas gloriosas que nos conmueven por su preciosidad, porque en lo íntimo, la hondura del toreo nos llena de una intensa melancolía.

Fui al cine a ver Un filósofo en la arena. El fin de una pasión, las expectativas con las que me acerqué a la sala de proyección eran las de contemplar una encendida defensa de la tauromaquia o por lo menos, una ponderación del encanto que tienen las corridas de toros. No fue así, lo que encontré fue un accesible documental de filosofía humanista, un tratado sobre la nostalgia y una muy buena reflexión acerca de una sociedad que ha escogido las virtudes de la extravagancia y a cambio, rechaza fehaciente las molestias que provoca la muerte. “¿No es cierto que actualmente ocultamos la muerte como si fuera una enfermedad vergonzosa?” es una pregunta contundente de Wolff.

El documental va de feria en feria por varios países de tradición taurina. A lo largo de la cinta se dan conversaciones con escritores, intelectuales, artistas, escultores y políticos, que manifiestan sus opiniones en referencia a la fiesta de toros. Desde luego, una y otra vez, con gran claridad, el filósofo galo reflexiona acerca de lo que sabemos, que nuestro tiempo es el epílogo del arte fascinante del toreo. Es una delicia escuchar la teoría del pensador que escribióFilosofía de la corrida, Cincuenta razones para defender la corrida de toros y Seis claves del arte de torear, atravesada además por su humanismo.

¿Cuál sería, entonces, el argumento fundamental que en este filme,Francis Wolff nos brinda sobre la corrida? No es, por cierto, la defensa de una tradición centenaria ni el reproche por el tesoro humanista que se va perder el día que doble el último toro de lidia. Tampoco es un discurso sobre la protección de la libertad de disentir ni un contrataquea la intransigencia de los animalistas, que se creen los dueños de la verdad y a los que, tal vez, lo que les molesta no es la muerte a estoque de los toros, sino que el matarlos se haga de manera pública y no ocultos a la vista como se hace con los cerdos, reses, pollos, pescados, mariscos y demás animales comestibles. No enfatiza que la muerte es ineludible y que debemos renovar el conocimiento de que siempre vivimos en su frontera. Lo que Francis Wolff y los directores de la película, Aarón Fernández y Jesús Muñoz –justo es mencionarlos- sostienen, es que las corridas de toros están condenadas a desaparecer y mientras eso sucede, debemos enfocarnos en apreciar la belleza que destella en sus pequeños resquicios y en el fulgor de las grandes faenas de la lidia contemporánea. Ese sencillo argumento convierte al documental en una obra nostálgica sutilmente luminosa.

Hasta al Gamucita…(opinión)

 

TP/ José Antonio Luna Alarcón

Viernes 8 de febrero de 2019.-Pues, fíjense que no, que no me sumo al júbilo popular que han generado las dos corridas de Aniversario. No me causa ninguna dicha ni me hace ninguna ilusión ver lo que ha quedado de la fiesta. Los festejos de cumpleaños de la plaza más villamelona del mundo son un catálogo de la decadencia. Y, a estas alturas -ya con el estoque adentro-, es inútil aportar un poco de decencia e higiene taurina a lo que pasa en ella. Si se pone atención, los resultados de las dos corridas del aniversario no son lo positivos que parecen.

Entre el corte a destajo de orejas y las multitudinarias, jubilosas, y falsificadas salidas a hombros, quedan señales rojas que no queremos ver. Los espectadores que en la actualidad acuden al coso de Insurgentes carecen de un conocimiento que garantice el apego a la tradición. Tampoco existe una autoridad que sostenga el orden y buen funcionamiento de la corrida.

Por eso, no echo las campanas al vuelo. Tal vez, será el poco entusiasmo que me causa ver a alguien que desde un caballo le llena de acero los lomos a un torito desarmado. La lidia para que tenga un valor mínimo, tiene que estar cimentada en la lealtad con la que el hombre se enfrenta al toro. Si el cornúpeta tiene estampa de novillo y los pitones aserrados por la mitad, la cosa se pone a la altura de una parodia. Además, el rejoneo cada vez se acerca más a lo circense que a la doma tanto clásica como vaquera. Diego Ventura de dos patadas hizo cisco la memoria de “Fantasma”.

También, faltó sapiencia taurina en el modo como el público premió a Joselito Adame. Que le hayan dado dos orejas por una faena que se matizó más en la vulgaridad rampante, en descargar la suerte y en ponerse fuera de cacho, no es culpa del diestro de Aguascalientes, sino de la genta que coreaba conmovida un toreo de pases a larga distancia y sin ligazón.

El Calita nos regaló algunas tandas de toreo serio y hondo, incluidos los doblones. Su faena fue como un destello de lucidez del público que parecía recordar vagamente lo que son los muletazos realmente hondos. Fue como si la memoria colectiva tratara de reconocer el toreo verdadero, sin embargo, la falta de técnica le impidió redondear la tarde. Roca Rey nos mostró lo buen torero que es, dio lecciones de colocación y de lo que es sobar un toro. Por su parte, los bichitos del Vergel que lidió Ventura no valieron nada y los toros de Montecristo salieron justitos y mansurrones.

El día cinco, se dio otro llenazo contemporáneo, es decir, casi ocupadas todas las localidades de numerado y vacía la parte de los generales, salvo los espacios que ocupan las porras.

A Pablo Hermoso de Mendoza lo dejaron perplejo mirando al tendido sin comprender a qué hora y por qué sólo con él, se les acabó lo dadivosos. Con mucha cerveza y poco conocimiento en la grada, fue fácil para Ponce alternar los pases con el pico de la muleta y el toreo de gran belleza. A Sergio Flores y a Luis David Adame los trataron bien y no les exigieron nada.

La ignorancia brinda la felicidad que el conocimiento quita. La gente salió contenta y se llevaron a hombros a todos, incluso a los que no cumplieron con los requisitos para salir así del ruedo. Faltó un pelo de gato para que se llevaran por la puerta grande hasta al monosabio Gamucita. Quedó pendiente mucho que compensar y creo que a la tauromaquia mexicana ya no le queda tiempo.

En cuanto al encierro de Los Encinos que, en general, se portaron bien, fueron  ponderados de más. Lo que pasa es que estando tan acostumbrados a ver becerros engordados, nobles y bobos, cuando salen cuatreños bien presentados, a lo del trapío y la bravura le ponen nota de superlativo.

En conclusión, premios exagerados, triunfalismo a ultranza, orejas baratas concedidas a pesar de desarmes, pinchazos y estocadas bajas, loas a los héroes escritas en crónicas de periodistas sin escrúpulos que viven del saludo de los toreros, es el balance engañoso. No debemos tergiversar, a la fiesta le dieron duro, aunque haya parecido que el puntillero la levantaba.

Encierro en Arabia…(opinión)

 

 

TP/José Antonio Luna Alarcón

Viernes 25 de enero 2019.-Encontré la nota el miércoles mientras me debatía entre echarle un poco más de tierra a la insufrible temporada grande de la Plaza México y sus aburridísimas tardes dominicales, o buscar por otros senderos un tema menos agresivo a la vesícula. Como cazador con su perdiguero, escopeta montada,  buscando por los portales electrónicos a qué apuntar el par de cañones, las noticias como palomas se me escapaban al vuelo. Cosas de una trascendencia para irse de espaldas, tanto que no me determinaba por ninguna. Aquí hay tela, me decía, pero no acababa por decidirme. Algo como “Apoteosis en Arandas”, en la que narran una tarde de triunfos inconmensurables que ya envidiarían Machaquito y Bombita, incluido un indulto en esa capital de la tauromaquia; o el encontronazo del arte que se dará en Mérida, Yucatán, donde los combativos Enrique Ponce y Joselito Adame se partirán el alma matando un bravísimo encierro de Marrón. También estaba entre las finalistas, la corrida de la Insurgencia en la que en San Miguel de Allende, los matadores Arturo Saldivar, Luis David Adame y Guillermo Hermoso de Mendoza se disfrazarán de Ignacio Allende, Juan Aldama –próceres nacidos en esa población-  y de Mariano Abasolo, para partirle su mandarina en gajos no al general Félix María de la Calleja del Rey, sino a seis tremendos cornúpetas de De la Mora. No sé si capten el ácido corriendo por los renglones.

Ninguna noticia me convenció. Desesperado, incluso, pensé contarles una conversación reciente de sobremesa en la que, los que allí estuvimos, recordamos la corrida de doña Dolores Aguirre en Madrid. Media docena mansa y con peligro pero muy interesante, permitió que tres matadores que torean poco estuvieron a un nivel altísimo y, entre toros y toreros, en un viaje en el tiempo nos llevaron a principios del siglo veinte, cuando los coletas tenían que tener las piernas como ligas y una técnica muy depurada para no dejar las femorales ensartadas en un tornillazo. Aquella tarde, Rubén Pinar, Venegas y Gómez del Pilar estuvieron heroicos y, corazones invencibles, no sólo pudieron con el monumental encierro, sino que dictaron cátedras magistrales de pundonor y torería.  Los que la vimos, acordamos que fue una de las corridas más interesantes y conmovedoras de nuestras vidas, de esas en las que las dudas se esfuman y se refrendan convicciones, ningún autoreproche en los adentros, o sea, que no me dije: José Antonio, quiérete tantito, ¿cómo te puede gustar esto?, por el contrario se reafirmaron creencias, como que el toreo es grandeza, que es el espectáculo más profundo, bello y luminoso del mundo, y que hay una distancia cósmica entre un torero de la calidad, entereza y valía de esos tres, capaces de lidiar toros de tal catadura, y un hombre común.

La nota que por fin elegí, dice que en Arabia Saudí, los jeques -que tienen dinero para comprar hasta una reservación en el cielo- han decidido estrenar afición taurina. Van a hacer suya la costumbre de correr los toros, que por cierto, ya los tienen allá y también hospedan a lo que ellos llaman especialistas españoles, con la intención de dar corridas de toros. La ciudad de Al Kasab es la candidata más firme a ser la sede tanto del encierro, como del festejo, del que todavía no se sabe nada. Lo han llamado “el famoso reto de los toros español”.

Si se mira bien, era lógico. Correr por las calles de Pamplona llevando tras de sí media docena de toros bravos, se convirtió en un ritual y en un deporte extremo acorde al sentido de nuestro tiempo, en el que se vale que muera o salga herido un ser humano, pero no un animal. Por ese motivo, a los encierros no se opone nadie y navegan viento en popa. El ejercicio de correr entre pitones es cada vez más cosmopolita. Lo de la pamplonada es el lado expansivo de la tauromaquia y sobrevivirá a las corridas por muchos años.

Para los adeptos a esta tradición, a partir del 2019, el circuito además de Pamplona y San Sebastián de los Reyes, entre lo más importante, incluirá el encierro árabe. Lo que planea el príncipe Turki al Sheij, comisionado a organizar el evento, será en plan muy serio y apegado estrictamente a la carrera, que se hará sin que se venda alcohol, porque si llevan el paquete completo de lo que pasa en Pamplona, Alá les va a dar fuego hasta por debajo de las orejas.

 

De bajo tono…(opinión)

TP/José Antonio Luna Alarcón

Viernes 18 enero 2019.-Pregunta de aficionada en una red social: ¿quiénes sobran y quiénes faltan? Se refiere a los carteles que anuncian las corridas de aniversario de la Plaza México. Es que el elenco de cierre de la temporada es decepcionante. La primera pregunta es muy fácil de responder, sobran casi todos. Está de más, por ejemplo, Juan Pablo Sánchez al que en el coso más importante y vacío del país, le darán la oportunidad trescientas veintimuchas y que nunca saca nada en claro. Sobra, ¡cómo no!, Diego Silveti y su esmerado toreo descargando la suerte. Superflua es la contratación, ¡claro que sí!, de los hermanos Adame, que tampoco aportan mucho. No deberían y están ahí, muy campantes, Enrique Ponce y Pablo Hermoso de Mendoza, que si se mira bien, en México le han hecho más daño a la fiesta, que a un noruego cenar una torta de chilpotle bañada en salsa de chile verde.

Sobran, desde luego, los ferdinandos. Demasiada suavidad en las tiernas embestidas. Hay ganaderías mucho más interesantes y que deseamos ver los pocos que quedamos. Asumo las consecuencias de este sacrilegio, pero esos vinos ya tienen demasiada agua.

Sin embargo, lo que realmente sobra en el moribundo toreo mexicano son los incompetentes, los caraduras, los estafadores y los vividores que han abusado de la fiesta desde el papel que les tocó representar y que han acabado con ella. A estas alturas, es en vano pedir, proponer, demandar, denunciar podredumbres, culpar a la autoridad, acusar la pasividad de los aficionados, incriminar la rapiña de los apoderados, echar en cara la complicidad de críticos y periodistas. La mediocre fiesta mexicana está como la hemos dejado entre todos.

La segunda pregunta es complicada, ¿quiénes faltan?, ¿a quién se pone en carteles postineros?. No tenemos a nadie en la nómina, porque los empresarios siempre afanados en chupar hasta la última gota de sangre a la fiesta, nunca se preocuparon en invertir a largo plazo, que eso es lo que se hace cuando se apoya la formación de figuras del toreo.

¿Quiénes faltan? No sé, Paco Ureña, Diego Urdiales, Rafael Rubio… admito el malinchismo a ultranza. ¿Qué falta? Pues, verán, la emoción de la verdadera lidia; falta mucho valor para salirle a animales en puntas, ya no cinqueños, con los de cuatro estaría bien. Falta amor a la fiesta y al toro. A los merengues les exigimos nobleza, pero, es paradójico, porque esa es una virtud de la que carecen toreros y ganaderos. Poca bravura, excesiva nobleza, escaso poder y parca la leña en la cabeza, a los toros  los han dejado casi desarmados y aun así, se les castiga como a miuras resabiados.

Falta creatividad, pero la de verdad, no en la publicidad como la campaña televisiva, ¡uy, qué pesados, qué pesados! enviando mensajes escritos por el teléfono, sino cosas serias, de mayor calado. Falta una temporada novilleril larga y con precios muy accesibles, que la entrada sea general; por decir algo, hombres, costo del boleto: cincuenta pesos, niños y mujeres diez pesos, la estrategia fiscal y financiera que la diseñen los especialistas. Es necesario hacer afición. La idea no es del que esto firma, sino del ganadero y empresario don Ángel López Lima, y está probada. En Puebla logró la hazaña de dar novilladas nocturnas con plaza llena, cada quince días los viernes.

Sobre todo, falta mucha seriedad en el espectáculo que se brinda a medias, porque se da con medio toro. Estamos a cuatro corridas de que acabe una de las temporadas de más bajo tono, con todo y el indulto y las orejas cortadas, cuando hubo toreo, no hubo toros y cuando hubo barbudos, no hubo toreo. Qué no me cuenten que debemos asistir para apoyar a la fiesta, han logrado dos cosas: vaciar la plaza y hacer de la corrida un instrumento para torturar aficionados. ¿Los que sobran, los que no están?. Lo que falta es decencia, por ahí se puede empezar.