- Una muy seria e interesante corrida de Brito abrió la Feria de Texcoco.
TP/ Ángel Sainos
TP/ Ángel Sainos
TP/José Antonio Luna Alarcón
Domingo 31 marzo.-En el mundo del toreo pasa lo mismo. Veíamos en clase una parte de la película Apocalypto, que dirigió Mel Gibson. Por si no la han visto, trata de un enfrentamiento entre tribus indígenas de la Centroamérica precortesiana. La cinta incluye una buena dosis de flechazos, lanzazos, degüellos y sacrificios humanos, sangre y crueldad en dosis abundante, sin que ninguno de los estudiantes se conmoviera ni dijera nada. Eso, hasta la escena en que el protagonista huyendo de sus contrarios en medio del bosque tropical, escapa a toda carrera de un jaguar con el que por mala suerte se ha topado, cuando uno de sus enemigos que lo persiguen, por la ambición de alcanzarlo, no se percata de que la fiera tiene las mismas intenciones y se pone entre los dos. Desde luego, la jaguar -era una hembra criando un cachorro- se está aplicando en hacer añicos al guerrero atrapado, cuando llegan los compañeros de éste y la matan con sus lanzas. Entonces, sí que hubo comentarios, ¡pobrecita!, ¡no se vale!, ¡qué poca…! se escuchó sobresalir por encima del murmullo de lamentos estudiantiles.
Tiene huevos, pensé -aunque no lo dije, un profesor tiene prohibidas ciertas expresiones por más que le bailen en la punta de la lengua-, lo que sí reproché fue lo siguiente: En la pantalla han visto morir a muchos guerreros y no dijeron nada, pero con lo de la jaguar, hubo conmoción sentimental.
En la alrevesada actualidad, pasa lo mismo con lo que suscita la tauromaquia. La gente se lamenta del maltrato animal, pero no de que un toro le quite los pies del suelo a un torero clavando en su muslo treinta centímetros de cuerno. Por razones así, sugiero que es tiempo de modernizar las reglas del toreo y hay que hacerlo pronto. Cosas como las que plantean el veterinario Julio Fernández Sanz y el biólogo Fernando Gil Cabrera, en su texto “¿Cómo adecuaría la lidia al siglo XXI?”, galardonado con el premio Doctor Zumel.
Los dos científicos proponen treinta y una medidas que modifican tanto la lidia, como algunos avíos y la manera de premiar las faenas. Por ejemplo, ellos optan por modificar la puya a una de cuatro aristas, que apenas provoca una muy leve sangría. Al defender su planteamiento, sostienen que lo de sangrar a los toros para restarles poder, es un mito y defienden que lo que desgasta al cornúpeta en la suerte de varas, es empujar al caballo. También, proponen un estoque más ancho, con la punta redondeada y con el filo extendido un poco más de lo que llevan los actuales. Así, la agonía del toro sería muy breve y se evita el espectáculo ofensor para muchos, incluidos los buenos aficionados, de un toro que no dobla porque está muy herido, pero no lo suficiente para desplomarse pronto.
Nos hemos vuelto sensibleros y ya no toleramos que la gallina o el cerdo que vamos a comer, se mate en el patio trasero. Veladamente creemos que pechugas y filetes se elaboran en fábricas asépticas. En nuestro tiempo, la sangre, la muerte y el sufrimiento son cosas de muy mal gusto. Los autores del texto premiado afirman que, en proporción, un toro muy picado de manera tradicional, pierde menos sangre que la que se extrae a un ser humano cuando hace una donación. Sin embargo, la gente posmoderna compasiva con los animales hasta el colmo, se alarma, lo lamenta y se encrespa: “La tortura no es arte ni cultura”.
Está bien modernizar a la fiesta y que se adapte a los tiempos que corren. Si yo fuera toro, preferiría morir en el ruedo que en los sórdidos y malolientes pasillos de un rastro, pero hay tardes, de pinchazos, descabellos y la madre que los parió, que la sangre quema, no la del animal herido, sino la que le corre a uno por las venas.
TP/José Antonio Luna Alarcón
Viernes 22 de marzo de 2019.-Además de algunos versos, son cuatro párrafos diseminados entre toda su obra en prosa, los que tocan el ámbito de los toros. Muy pocos, pero iridiscentes como un cuarteto de diamantes, cristalinos, hechiceros, pesados y muy valiosos.
Hubo una época en la vida de Octavio Paz que le gustaba ir a los toros. De hecho, hay una anécdota que cuentan sus biógrafos cuando Silverio Pérez visitó la redacción de la revista “Así” y ese día, en una charla con El Faraón, Paz se ofreció a escribir las crónicas de una temporada.
Encontré las menciones investigando para mi tesis doctoral en Letras Modernas, que trata sobre la narrativa y los toros. Con el gusto que debe sentir el que encuentra un tesoro, copié las citas que aquí transcribo.
La primera, aparece en Saludo a Rafael Alberti. Paz cuenta que vio torear a Ignacio Sánchez Mejías una tarde en Puebla de los Ángeles, mi ciudad, cuando esta era taurina e influía en las carreras de los toreros. Era tan importante, que para triunfar en México, había que hacerlo primero en la ciudad angélica. Está en la sección “¿Águila o sol?” del poema VIII en el libro Trabajos del poeta. Habla de un desvelo o tal vez, de una pesadilla en el sopor de la duermevela, el poeta describe angustias y melancolías. El insomne se convierte en un toro que no logra hacer daño a la quimera de un Don Tancredo inmóvil ante las angustias de una noche de inquietud, cuando los otros duermen y las soledades y los monstruos interiores crecen y se vuelven gigantescos. A su vez, en el sueño, el público recrimina a pitos las fallidas embestidas. Miren ustedes y recréense en la suerte, que esta es una larga torera de muchos quilates:
“Soy una plaza donde embisto capas ilusorias que me tienden toreros enlutados. Don Tancredo se yergue en el centro, relámpago de yeso. Lo ataco y cuando estoy a punto de derribarlo siempre hay alguien que llega al quite. Embisto de nuevo, bajo la rechifla de labios inmensos, que ocupan todos los tendidos. Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable.”
Un párrafo en el que, al mismo tiempo, el narrador es el toro y el torero. Los dos impotentes y cargados de frustración. Hay que chanelar de toros y de melancolía para escribir renglones así.
Octavio Paz, hombre sensible como el que más, también sabía de la tremenda soledad que hay en ese punto inaccesible para todos, menos para los toreros, el de la lejanía de los medios cuando un toro campa por el ruedo. Lo escribe en “Picasso: el cuerpo a cuerpo con la pintura”, está comparando la relación “ambigua y excéntrica” con el público entre el torero, el cirquero y el pintor:
“En el centro de la plaza, rodeado por las miradas de miles de espectadores, el torero es la imagen de la soledad; por eso, en el momento decisivo, el matador dice a su cuadrilla la frase sacramental: ¡Dejarme solo! Solo frente al toro y solo frente al público.”
Paz entendía que el toreo es un rito festivo que linda con las fronteras de la muerte: “En el toreo el peligro alcanza la dignidad de la forma y ésta la veracidad de la muerte. El torero se encierra en una forma que se abre hacia el riesgo de morir.” La cita es del libro La búsqueda del comienzo (escritos sobre el surrealismo).
Liturgia, sangre, muerte, sacramento y letras. Luego, Paz olvidó su afición. Dolorosa cornada para los que amamos versos y verónicas Los comentarios de un colega francés, más el tiempo que pasó en la India, lo alejaron de la plaza para siempre. O tal vez, como les ha sucedido a muchos, simplemente se desencantó y no volvió jamás. Lo bueno que tiene la literatura es que uno puede seguir las huellas que dejaron otros y en el camino, encontrar las cosas tan valiosas que a su paso, por ahí dejaron.
TP/ Ángel Sainos
En su segundo de nombre “Cantaranas” número 14 y 587 kilos, con embestida alegre pero frenado en las citas con el trapo al que el diestro atendió con muletazos vistosos que fueron aplaudidos por la gente. Sin embargo a la hora de matar sólo cumplió.
TP/José Antonio Luna Alarcón
Viernes 8 de marzo 2019.-Por si alguien no lo sabe, bombo es el recipiente de alambre de metal que contiene canicas pintadas con números, letras o nombres y que se utiliza para realizar sorteos con toda limpieza y –por lo menos en teoría- en la selección de dichas canicas sólo interviene el azar. En otros casos, son esferas que en su interior contienen un papel con la información que se juega.
El bombo de San Isidro ha servido a la empresa Plaza 1 para sortear las ganaderías entre los toreros que se apuntaron para participar, abriendo un abanico de posibilidades que no se había visto. Cada vez que una pelotita cayó en la canastilla de salida se asoció a una vacada con un torero que ya es cabeza para conformar el cartel.
Los resultados fueron:
Jandilla, Vega Hermosa – Sebastián Castella, nada, cartel interesante.
Puerto de San Lorenzo, La Ventana del Puerto – Antonio Ferrera. A este diestro, como decimos en México, le hizo justicia la Revolución.
Adolfo Martín – Roca Rey. Plato fuerte, por primera vez vamos a ver a este torero con una ganadería de las que ponen a prueba técnica, sapiencia y el valor, características que sabemos, las tiene.
Garcigrande, Domingo Hernández – Álvaro Lorenzo. Afortunado el muchacho.
Juan Pedro Domecq – Enrique Ponce. En esta combinación se puede aplicar lo que ha dicho Simón Casas: “¡La suerte es inteligente y hace guiñada de ojo!”. Pero este guiño inquieta y tan buena suerte hace nacer la sospecha. Sin dejar de pensar en Joan Manuel Serrat y Noa, afirmo que es caprichoso el azar.
Alcurrucén – Paco Ureña. Era justo y necesario.
Alcurrucén – Diego Urdiales. La tarde valdrá mucho la pena.
Montalvo – Ginés Marín. Sin comentarios.
Fuente Ymbro – Miguel Ángel Perera. No ilusiona, tiempo al tiempo.
Parladé – López Simón. Le cayeron los bravos del marqués.
La idea del bombo es muy buena y ha roto con lo establecido, pero falta afinarla. Son demasiados de dulce y muy pocos de chile. Para que la cosa se pusiera al rojo vivo con los participantes jugándose la feria a cara o cruz, hace falta ponerle sabor al caldo y lo picante está, por nombrar algunas, en Miura, Victorino, José Escolar, Dolores Aguirre y los adolfos. Cinco y cinco, y entonces sí, los toreros que se apuntasen se ganarían el reconocimiento de los escépticos. Simón Casas ha asegurado que quiere romper con lo predecible, pero… es que la mayoría de las combinaciones del bombo, son más que predecibles.
Con un sorteo equilibrado en la parte de las casas ganaderas, se verían actuaciones muy interesantes, aunque siempre habrá pretextos como lo del contraestilo y lo de la garantía de calidad que afirman los apoderados, deben ofrecer sus poderdantes. Sin embargo, para llamar maestro a alguien, el aludido debe ser capaz de lidiar con solvencia y arte lo que salga del toril, sin importar el encaste.
Si los carteles van a ser redondeados por la empresa, habrá lugar para lo de siempre. No obstante, creo que lo más valioso no es lo que pasó en la lotería, sino asuntos como por ejemplo, el gesto de Emilio de Justo que va tres tardes: la de los victorinos, otra con la de Baltazar Ibán y, además, una del bombo, que no sé por qué me late, no será la de los juanpedros y sí la de don Adolfo, pero esta es una suposición del malpensado escritor que firma este artículo. También, quedan los gestos de los toreros de entrega que le van a salir a las duras y que además, lo harán con la dignidad de un general espartano.
Al final, me quedo con la declaración de Adolfo Martín publicada en el diario digital El Mundo y que hizo en la entrega del premio Paquiro. Al cuestionamiento de que si Roca Rey le había preguntado por la corrida, contestó: “Sinceramente, no hablamos mucho. Pero le digo una cosa: prefería que me hubiera tocado Urdiales o Ferrera. La presión y la responsabilidad es menor a pesar de la que siempre hay en Madrid. Ya llevo en esto toda la vida y me conozco a los clásicos cuando mis toros salten al ruedo: que si no eran esos, que eran otros. En fin, que esto es muy difícil.”. Sí, de verdad, muy sincero y además, valiente. ¡La declaración es enorme!.
TP/ Ángel Sainos
Domingo 3 de marzo 2019.-Ficha Técnica